EL CHIRINGUITO

Tengo el síndrome del Hikikomori.
Sí, hikikomori, es una movida que les viene pasando a algunos nipones desde hace unos años. Consiste básicamente en que un día un japonesito se levanta y decide que no quiere volver a salir de su habitación nunca más. Como os lo cuento. Y ahí que se queda, con su play y sus cuadernos manga, fingiendo que no hay mundo más allá de las persianas bajadas por no aprehender la vida.

Pues sustituye play por portátil y manga por blogs, esa soy yo.
¿Sabéis qué pasa? Que yo no paro mucho en casa –a que negarlo- y claro cuando por fin entro me da una pereza salir que ni te cuento. Y aquí que estoy, dos semanas estivales de desfase atronador y viajes por la geografía de esta España nuestra, de sol y tinto con casera. Y otras dos ejerciendo de vegetal al más puro estilo tradicional de las mejores ensaladas de verano.
Echa un vistazo a lo que comes, igual me encuentras junto al tomate.

Alguna lectora barra amiga barra ingenua pensará “¡¡seguro q estás aprovechando para instruirte en las ciencias y en las artes, en la literatura y la filosofía!!”
Y una mierda. Los primeros tres días me los pasé durmiendo. El cuarto pensando en recoger (véase pensando), el quinto hice una incursión con el chándal encima del pijama para proveerme de tabaco y comida. El sexto vinieron a sacarme de casa unos amigos preocupados. El noveno conseguí volver a entrar.
El décimo es hoy. Y aquí sigo. Eso sí, hoy he decidido cruzar la puerta que me separa de la realidad. No porque me apetezca, no, si no porque me retroalimento y tengo mucho peligro. Anoche, por ejemplo, a las 2 de la mañana, empecé a imaginarme al tal Hikikomori entrando por la ventana sable en mano y cortándome la cabeza por freaki.
Es lo que tiene la soledad, que es tan necesaria como la compañía, pero sin sobredosis.
No vaya a ser que nos pase como a los inmortales de Borges, que cuando el tiempo dejo de tener sentido, se les degradó la vida. Al fin y al cabo, parece que el aislamiento que provoca el olvido de la existencia finita no lleva si no a convertir a Homero en Argos. Y yo, aunque a veces ladre dentro de la Odisea, sigo estando hambrienta de ensaladas, hambrienta de vivencias. Soy dios, soy héroe, soy filósofo, soy demonio, soy mundo, que dijo el genio.
Yo, hoy, sólo soy humana. Me quedo con la contingencia imperfecta, que la inmortalidad la sufra el verbo, que es lo suyo.
Y el queso para los ratones.